martes, 26 de julio de 2011

VARÓN Y MUJER: UNA UNIDAD SUPERIOR


Se podrá objetar que si el ser humano ha sido creado varón y mujer, entonces la plenitud humana no está solo en el varón o solo en la mujer. Es decir, que el varón por sí solo no puede alcanzar su plenitud de ser humano sin la mujer y viceversa. Así lo piensa Soloviev afirmando: «Es evidente que el hombre auténtico, en la plenitud de su personalidad ideal, no puede ser solo macho o solo hembra, sino que debe construir la unidad superior de uno y otra». Pero para poder alcanzar esto es nesario que la naturaleza humana sea reconducida a su propia integridad. Y eso solo puede hacerlo Dios. Aquí Soloviev está simplemente constatando la realidad del pecado original que ha introducido en las relaciones entre varón y mujer una situación que hace imposible el alcanzar aquella plenitud del origen y que precisa de una reintegración del plan original divino.

Podría decirse que esto son palabras bonitas, un ideal irrealizable. El mismo Soloviev lo ha advertido anteriormente cuando dice: «El sentimiento exige esta plenitud de unión, íntima y definitiva, pero normalmente no consigue llegar más allá de una exigencia y una tendencia subjetiva, y se revela así como algo simplemente precario. De hecho, en vez de la poesía de una unión eterna y central, se tiene solo un acercamiento superficial, más o menos duradero pero siempre temporal, más o menos estrecho pero siempre exterior, de dos seres cerrados en los angostos límites de la prosa cotidiana». Pero a pesar de constatar con realismo que el ideal no se logra alcanzar, lo que Soloviev plantea es que tal ideal no es irrealizable. El problema estriba en cómo realizarlo. 

martes, 19 de julio de 2011

VARÓN Y MUJER LO CREÓ


Siglos después también defendería la bondad del cuerpo, de la sexualidad y del matrimonio frente a los maniqueos, a los que perteneción San Agustín. Y a lo largo de los siglos, una y otra vez, en cada ocasión en la que de una u otra forma han resurgido doctrinas contrarias a la santidad y bondad del cuerpo de la sexualidad y del matrimonio, la Iglesia ha estado siempre firme en su defensa frente a todos quienes han despreciado el cuerpo, la sexualidad o el matrimonio.


En el comienzo del capítulo tercero, sigue insistiendo Soloviev que si bien es propio de todo amor «una transferencia de todo nuestro interés vital desde nosotros mismos hacia el otro, el desplazamiento del centro mismo de nuestra vida personal» esto se da de modo esencial en el amor sexual. El mismo Soloviev advierte en nota al pie de página lo siguiente: «Llamamos amor sexual (a falta de un término mejor) a la atracción exclusiva (recíproca o unilateral) entre dos personas de sexo diverso que pueden estar entre sí en una relación de marido y mujer; con esto no pretendo obviamente resolver a priori la cuestión que se refiere al significado fisiológico de estas relaciones». Esta nota aclaratoria me parece muy oportuna y deja entrever que el mismo Solviev se encuentra ante una dificultad: la de encontrar un término mejor que describa el amor entre varón y mujer. Para Soloviev, por tanto, amor sexual no implica necesariamente las relaciones sexuales. Cabría decir que las relaciones sexuales son un signo que supera lo propiamente fisiológico o biológico. Las relaciones sexuales entre el marido y la mujer son signo de esa unión real que hace de dos una sola carne, un solo ser. Pero el llegar a ser un solo ser no pasa necesariamente por la unión carnal sino que la unión carnal es signo, símbolo, de la unión de dos seres en uno. Es la sexualidad la que está al servicio de la unidad, podríamos decir. Todo esto se entiendo muy bien a la luz de la llamada Teología del cuerpo que ha desarrollado ampliamente Juan Pablo II y que está recogida en un volumen titulado muy adecuadamente “Varón y mujer lo creó”. Adviertase que no se dice “Varon y mujer los creó”, sino que se usa el singular lo creó. La razón de ello es que se está indicando que el ser humano ha sido creado varón y mujer. La diferencia y la reciprocidad son constitutivos del ser humano. Dios creó al ser humano varón y mujer. Y esa diferencia y reciprocidad, esa tendencia o inclinación natural del uno al otro para formar un solo ser y de ese modo dar vida, esa realidad que podemos llamar “esponsal” es la que podemos decir que es imagen y semejanza de Dios.

martes, 12 de julio de 2011

AMOR, PERSONA Y SEXUALIDAD


Seguidamente, Soloviev, vuelve a afirmar que solamente el amor sexual, a diferencia de otros amores, es el que puede ser paradigma del verdadero amor y tipo de los demás amores. Ahora bien, vuelvo a insistir en que, desde mi punto de vista, Soloviev no entiende por amor sexual un amor que implique las relaciones sexuales. La sexualidad es la persona humana en cuanto que corporea. La sexualidad no es un añadido a la persona. Se es persona humana masculina o persona humana femenina pues el cuerpo es personal y la persona humana es corporal. Por tanto, amor sexual es amor de la persona humana en su totalidad corporea y espiritual. Es cierto que en la diferenciación sexual es donde se visualiza de un modo más claro la referencia a la necesaria complementariedad del ser humano y su estar llamado a una comunión personal. Pero esto no indica que necesariamente deba darse una unión carnal. Si tenemos en cuenta que el Amor en Dios es esencialmente la Persona del Espíritu Santo, esto es el amor del Padre y del Hijo hecho Persona, nos damos cuenta de que el amor no implica necesariamente lo carnal sino que transciende lo carnal. De modo que incluso en el ser humano, en la medida en que nos dejamos penetrar por el espíritu de Dios nuestro amor personal que es un amor encarnado, puede transcender y superar lo material por medio del espíritu. Esto no supone de ninguna manera concebir la materia y el cuerpo como algo malo. Todo lo contario, son algo bueno y algo santo porque ha sido creado por Dios. La maravilla es que siendo ontológicamente la materia inferior por su naturaleza al espíritu, la materia, el cuerpo puede ser transido y elevado por el espíritu a un nivel superior sin dejar por ello de ser materia y cuerpo.

La Iglesia Católica tuvo desde el principio que batirse en una durísima lucha contra el pensamiento gnostico. El gnosticismo  sí que concebía el cuerpo y la materia como algo malo. La Iglesia Católica defendió siempre la bondad del cuerpo y de la materia frente a todas esas ideas gnosticas en todas sus variantes y manifestaciones pues el gnosticismo constituía una mezcla de multiples creencias, religiones, todo un eclecticismo al que se le daba un barniz de un devaluado cristianismo y que amenazó seriamente con helenizar la fe cristiana.

lunes, 4 de julio de 2011

AMOR Y VERDAD


Alcanzar la unidad con la unitotalidad del Absoluto divino sólo puede hacerse con los demás porque solo reconociendo el valor absoluto de los demás puedo reconocer también el mío. De ahí que el egoísmo supone autonegación y muerte. Y por eso el amor, la salida de sí hacia el otro sea la única «fuerza capaz de erradicar el egoísmo desde dentro y hasta el fondo».

El amor es el que nos permite realizar la verdad, no solo alcanzarla en un nivel teórico sino el poder vivirla existencialmente. De modo que «conociendo gracias al amor de los demás no de forma abstracta sino esencial, transpotando efectivamente e centro de nuestra vida más allá de los límites de nuestra particularidad empírica, revelamos y realizamos nuestra verdad y nuestro valor absoluto que consisten precisamente en la capacidad de trascender los límites de nuestra existencia fáctica y fenoménica, en la capacidad de vivir no solo en nosotros mismos sino también en los demás».

Soloviev habla de una «interacción y una comunión perfecta». Aunque no lo diga expresamente la idea de la “comunión de personas” está presente en sus afirmaciones. El ser humano, creado a imagen y semejanza divina solo puede alcanzar la plenitud de su ser en la “comunión de personas”, pues la misma Trinidad es “Comunión de Personas” en el Amor. De ahí también que la “comunión de personas” entre los seres humanos y entre el ser humano y Dios solo pueda ser posible por el Amor.

Conocemos bien la afirmación de la Sagrada Escritura de que Dios es Amor. Lo que sucede con frecuencia es que no se sabe bien lo que es el amor y se suele confundir con amores que no son verdaderamente amor.

lunes, 27 de junio de 2011

LA NOCIÓN DE "UNITOTALIDAD" DE SOLOVIEV


La relación de Dios con su pueblo Israel se expresa con mucha frecuencia como la relación del Esposo con la esposa.
Estar referido al otro en la relación esponsal supone reconocer en el otro un valor absoluto. El que la persona sea consciente de que posee  un valor absoluto no supone soberbia pues, ciertamente, ese valor absoluto le confiere a cada persona humana una dignidad incondicional. Dice Soloviev: «La mentira fundamental y el mal del egoísmo no está en esta autoconciencia absoluta y en esta autovaloración del sujeto sino en el hecho de que éste, atribuyéndose justamente un valor absoluto, acaba por negarlo injustamente a los demás; reconociéndose como centro de la vida, y teniendo en esto plena razón, acaba sin embargo por confinar a los demás a la periferia del propio ser y les reconoce un valor exclusivamente exterior y relativo».
Aunque Soloviev habla de “individualidad” pienso que sería más exacto hablar de “persona humana”. Podemos decir, pues, que la persona humana es un absoluto. Eso sí, un absoluto relativo. ¿No esto una contradicción? Aparentemente sí. Pero si por absoluto entendemos alguien que vale por sí mismo, que tiene un valor en sí mismo, ciertamente podemos entender que le apliquemos el término absoluto. Pero por otra parte, si ese absoluto, ese alguien que vale por sí mismo no tiene el ser por sí mismo sino que su ser es recibido por otro y está referido a otro, entonces comprendemos que hablemos de un absoluto relativo. Relativo ¿a quién? Por supuesto a Dios, que es el Absoluto con mayúscula porque no está referido a nadie. Dios es el Ser en sí y por sí. Dice Soloviev: «Dios es todo, es decir, posee en un solo acto absoluto todo el contenido positivo, toda la plenitud del ser».

El ser humano, en cuanto absoluto, tiene la posibilidad de alcanzar la Totalidad, es decir, unirse con el Absoluto divino. Aquí es clave la noción de Soloviev de “unitotalidad”. Pero la agudeza del pensamiento de Soloviev llega a vislumbrar que para que el hombre pueda llegar a ser todo es preciso que lo sea junto con los demás: «solo junto con los demás puedo realizar el propio valor absoluto, llegar a ser una parte indivisible e insustituible del entero unitotal, un órgano autónomo, vivo y específico de la vida absoluta. La verdadera individualidad es una determinada forma de unitotalidad».

lunes, 20 de junio de 2011

SACRIFICAR EL EGOÍSMO


Afirma Soloviev que «el significado del amor humano en general es la justificación y la salvación de la individualidad a través del sacrificio del egoísmo». Y considera que el amor sexual es el amor por excelencia, el prototipo y el ideal de cualquier otro amor.

Ahora bien, sobre este punto, yo haría alguna matización. Desde luego no en la dirección de restarle valor e importancia al amor sexual, sino en el sentido de intentar clarificar lo que, en mi opinión, quiere decir Soloviev y que se puede presentar a confusión. Para Soloviev, que al decir esto alude al Cantar de los Cantares y al Apocalipsis, está claro que no se refiere sin más a un amor sexual entendido como mera relación erótica. Cabría entender mejor lo que desea afirmar Soloviev si lo entendieramos con la expresión “amor esponsal”. Si, como dice Soloviev, no es una casualidad que las relaciones sexuales se llamen amor, tampoco es casualidad que en la Sagrada Escritura el verbo que se emplea para expresar la unión conyugal sea el de “conocer”. Y así se afirma que : «Y conoció Adán a su esposa Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín» (Gen 4, 1). Igualmente a eso mismo se refiere María en la Anunciación cuando se le dice que va a concebir un Hijo: «Cómo será eso pues no conozco a varón». Es interesante y muy significativo que la unión esponsal y más en concreto el acto conyugal se expresen como conocer que es un acto intelectual. Teniendo esto presente se puede afirmar con Soloviev que el amor sexual, entendido como el acto conyugal de los esposos es el prototipo y el ideal de cualquier otro amor. Pero podemos matizar que esto es así porque la persona es corporal y diferenciada sexualmente de modo que están orientados el varón a la mujer y viceversa, de modo que el varón se reconoce en cuanto tal al conocer a la mujer y la mujer se reconoce como tal al conocer al varón. Ambos están orientados al conocimiento del otro a través de todo cuanto son, también en su ser corporal, pues son complementarios y están hechos el uno para el otro.

lunes, 13 de junio de 2011

EL AMOR, FUERZA LIBERADORA


El solo conocimieto teórico de la verdad no nos preserva del egoísmo sino que al contario puede llevarnos a él, cerrarnos en nosotros mismos, hacernos soberbios. Lo único que nos puede librar del egoísmo hacia el que el conocimiento de la verdad solamente teórica nos puede conducir es el amor. Amar esa verdad. Por eso afirma Soloviev: «La verdad, como fuerza viva que se apodera de la interioridad del hombre y lo libera efectivamente de la falsa autoafirmación, se llama amor».  Si descubrimos la verdad pero no la amamos, entonces estamos queriendo afirmar en nuestra vida lo contrario a la verdad, y en ese caso ya no estamos realizando la verdad, ya no estamos en la verdad y por eso caemos en el egoísmo. De ahí que Soloviev diga: «El amor, como efectiva eliminación del egoísmo, es la justificación real y efectiva salvación de la individualidad». Es otra forma de expresar lo que dijo Jesús: «El que se ama a sí mismo se pierde. Y el que se pierde a sí mismo se gana». Pretender amarse sólo a sí mismo nos condena porque nos cierra y nos impide amar a los demás. Amar a los demás nos libera porque nos salva de la cárcel de nuestro yo y nos abre a la infinidad de Dios y de los demás. El amor es la fuerza que nos salva de la falsa autoafirmación, de la falsa autonomía. La soberbia consiste principalmente en esa pretendida autonomía de Dios y de los demás, el pretender prescindir de Dios y de los otros.

martes, 7 de junio de 2011

RECONOCER Y REALIZAR LA VERDAD



Afirma Soloviev que la superioridad del ser humano respecto de todos los otros seres de la naturaleza consiste en su capacidad para reconocer y realizar la verdad. Me parece que de este modo Soloviev está indicando tanto la facultad del entendimiento (reconocer la verdad) como la facultad de la voluntad o libertad humana (realizar la verdad). Y esto puede hacerlo el ser humano precisamente porque ha sido creado a imagen y semejanza del Creador.

Soloviev emplea con frecuencia el término “unitotalidad”. Con esta noción Soloviev entiende al ser consciente de su verdad y de la relación con la verdad del todo, de la totalidad de lo que existe. Empleando otra forma de explicarlo podríamos decir que la noción de “unitotalidad” quiere decir que así como la verdadera sabiduría no consiste en conocer teóricamente todas las cosas sino comprender también la interconexión que hay entre las cosas. No basta, por tanto, un conocimiento teórico de la verdad. Es necesario también un conocimiento práctico de la verdad. No basta con reconocer la verdad sino que es necesario también vivir la verdad, realizar en uno la verdad. Y esto solo puede hacerse cuando no solo con el entendimiento sino también con la libertad. Necesitamos conocer y amar la verdad. Sólo entonces podemos ser “unitotalidad” a imagen de Dios.

martes, 31 de mayo de 2011

El SER HUMANO COMO CONCIENCIA DEL UNIVERSO


En nuestro universo material, que nosotros sepamos, sólo el ser humano es capaz de conocimiento y amor, es decir, sólo el ser humano es persona. La cuestión de que puedan existir otros seres personales que sean como el ser humano unidad de cuerpo y alma no afecta en absoluto a la revelación, es decir, a la enseñanza de la Iglesia. Lo que sabemos es que el ser humano, está abierto a esa perfección ilimitada. El ser humano aparece en el universo como un fin en sí mismo. Y gracias al ser humano, el universo material tiene voz para cantar las maravillas de la creación. Dice Soloviev que en la humanidad «a través del incremento de la conciencia individual, religiosa y científica progresa también la conciencia universal. En este caso, la inteligencia individual es no solo un órgano de la vida personal sino también el órgano de la memoria y de la previsión para toda la humanidad e incluso para toda la naturaleza»[1]. Las estrellas son hermosas pero no saben que lo son. Y así comprendemos con San Francisco de Asís, que el ser humano pueda ser el portavoz del universo para cantar y alabar al Todopoderoso por el hermano Sol, la blanca Luna, la preciosa y casta hermana agua, el bello, alegre, robusto y fuerte fuego, los frutos, las flores y la hierba. En definitiva por todas las criaturas.
Para Soloviev, «la verdad en su totalidad, es decir, la unidad positiva del todo, ha sido puesta desde el principio en la conciencia viva del hombre y se realiza gradualmente en la vida de la humanidad a través de la continuidad de la conciencia». Es cierto que el hombre «es solamente una parte de la naturaleza»pero, a la vez, la trasciende y se revela como «unitotalidadabsoluta en potencia que se actualiza». Es decir, la unidad del universo se lleva a cabo en el ser humano porque es a la vez material y espiritual. Es lo que ya Santo Tomás de Aquino señalaba. El punto de unión entre la esfera de los seres espiritualesy los materiales es el ser humano.

martes, 24 de mayo de 2011

PERFECCIONARSE INFINITAMENTE



Que el ser humano pueda perfeccionarse hasta el infinito en su propia vida y en su propia naturaleza, sin dejar por ello, de seguir siendo un ser humano, es decir, sin escapar de los límites de la misma naturaleza humana sólo es posible si pertenece a la naturaleza humana algo ilimitado, algo potencialmente abierto al infinito. Nos preguntamos pues: ¿existe, pertenece a la naturaleza humana algo que la haga potencialmente abierta al infinito? Cuando decimos “potencialmente” señalamos que ahora, en este preciso momento, no alcanza la infinitud, pero que está abierta a ella de modo que la naturaleza humana puede perfeccionarse sin tener un límite, un punto final en el que ya no es posible más perfección. No tener límite en la capacidad de perfección es lo que significa que puede perfeccionarse infinitamente. ¿Posee o no posee la naturaleza humana algo que la haga capaz de ese perfeccionamiento sin límite, abierto al infinito? Muchos pensadores han dado una respuesta afirmativa, desde Platón hasta Soloviev pasando por Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino y la práctica totalidad de los filósofos medievales, Descartes, Leibniz, Kant, Hegel, es decir, todos los que reconocen en la naturaleza humana su ser espiritual. El ser humano es un espíritu encarnado. Y en cuanto espíritu es capaz de entendimiento y voluntad, capaz de conocer y amar. El ser humano está abierto ilimitadamente a conocer. La capacidad de conocer no tiene límite, no se agota. Lo mismo sucede con la capacidad de amar. Podemos amar siempre, es decir, no dejar de amar. Amar ilimitadamente, crecer siempre en el amor. Esto supone que, sin dejar de ser seres humanos, nuestra naturaleza humana puede perfeccionarse mediante el conocimiento y el amor sin tener una barrera, un tope, un límite. Por tanto el ser humano en cuanto tal puede perfeccionarse continuamente de modo infinito.

lunes, 23 de mayo de 2011

LA PERFECTIBILIDAD DEL SER HUMANO



El hombre tiene capacidad de evaluar tanto los hechos que se dan ante él como las propias acciones. Esa capacidad de evaluar es posible porque está abierto a lo universal, es decir, no sólo puede captar los hechos brutos, concretos y singulares, sino que es también capaz de generar conceptos universales. Y esto porque la conciencia del ser humano, su inteligencia, está hecha para la verdad. Esto hace posible que el ser humano pueda perfeccionarse hasta el infinito en su propia vida y en su propia naturaleza, sin escapar de los límites de la misma naturaleza humana.

Nota: Las ideas que se expresan aquí están indicadas en Soloviev, Il significato dell’amore, Milano 2003, p. 76. Hay traducción castellana en Editorial Monte Carmelo, Burgos 2009, pero yo seguiré el texto de la traducción italiana.

lunes, 9 de mayo de 2011

LA TRAGEDIA DE SATANÁS

La tragedia de Satanás es ver cómo su naturaleza angélica, puro espíritu, ha podido ser superada en su unión sustancial con la materia. El demonio odia la materia porque es de condición inferior al espíritu. Odia al hombre que siendo espiritu, es un espíritu encarnado; odia la Encarnación porque es la unión sustancial del Espíritu Purísimo con la materia.

Hay un espiritualismo demoníaco que consiste en el desprecio de la materia y en la exaltación de lo espiritual. Pero esto en el ser humano solo conduce a la disgregación, a la ruina y al sinsentido de su mismo ser creatural, puesto que ha sido hecho “en” la materia, “con” la materia, “además” de la materia, precisamente para superar la materia, para “traspasar” con el espíritu la materia, para “transfigurar” la materia, para “transir” de espíritu la materia, para “espiritualizar” la materia, o como diría el mismo Solov’ëv, para “iluminar la materia” o “liberar la materia”. Esta es la definición que da Solov'ëv de la belleza: “materia iluminada” o una “luz materializada”. Todo esto es o resulta repugnante para el demonio. El demonio que en su soberbia no acepta lo inferior de la materia, no soporta el enaltecimiento de la realidad material tan alejada de la nobleza de su ser espiritual. 

El demonio es el primer racista y xenófobo. Un racista y un xenófobo de un radicalismo existencial porque sólo aceptaría a otros seres de naturaleza espiritual pero jamás el ver enaltecidos a los seres que participan de la inferioridad de la materia, a los espíritus encarnados, a la raza de los hijos de Dios. Por eso el demonio odia de manera especial a la mujer. Porque de Ella ha venido al mundo el mismo Dios. En una mujer, en su cuerpo, en su vientre, en su seno, el Altísimo se ha hecho carne, ha tomado la naturaleza humana. Y por eso el demonio odia la maternidad. Sin maternidad no habría habido Theotokos (Madre de Dios). Un mundo en el que se atenta contra la maternidad es un mundo cada vez más alejado de Dios y más deshumanizado. Más aún, es un mundo demoníaco.

jueves, 5 de mayo de 2011

VLADIMIR SOLOVIEV: UN PROFETA NO ESCUCHADO

VLADIMIR SOLOVIEV: UN PROFETA NO ESCUCHADO


GIACOMO CARDENAL BIFFI



EN HUMANITAS NRO.21



Vladimir Sergeevich Soloviev murió hace cien años, el 31 de julio (13 de agosto según nuestro calendario gregoriano) del año 1900. Murió en el límite del siglo XX, un siglo del cual, con singular esmero, anunció las vicisitudes y dificultades, un siglo que sin embargo, con los hechos y las ideologías prevalecientes, sería trágicamente contradictorio con sus enseñanzas más importantes y originales. Su magisterio fue, por consiguiente, profético y al mismo tiempo ampliamente desatendido.
UN MAGISTERIO PROFÉTICO
En la época de este gran filósofo ruso, la mentalidad más divulgada, propia del optimismo irreflexivo de la belle époque, preveía un porvenir sereno para la humanidad del siglo a punto de comenzar. Guiados e inspirados por la nueva religión del progreso y la solidaridad sin motivaciones trascendentes, los pueblos conocerían una época de prosperidad, paz, justicia y seguridad. En la danza Excelsior –una coreografía que en los últimos años del siglo XIX tuvo un éxito extraordinario (y luego daría el nombre a una serie innumerable de teatros, hoteles y cines)- esta nueva religión había encontrado prácticamente una liturgia propia. Profetizó Victor Hugo: “Este siglo ha sido grande, el próximo siglo será feliz”. Soloviev, en cambio, no se deja encantar por ese candor laicista y anticipa, por el contrario, con precavida lucidez, todas las calamidades que luego tuvieron lugar.
Ya en 1882, en el Segundo discurso sobre Dostoievski, parecía pronosticar y condenar anticipadamente la locura y atrocidad del colectivismo tiránico que al cabo de algunas décadas afligiría a Rusia y a la humanidad. “El mundo –afirma- no debe salvarse recurriendo a la fuerza... Es posible imaginar a los hombres colaborando juntos en una gran tarea, a la cual se refieran y sometan todas sus actividades particulares; pero si esta tarea se les impone y representa para ellos algo fatal e inminente... en ese caso, aun cuando semejante unidad abarcase a toda la humanidad, no se habrá alcanzado la humanidad universal, sino únicamente un enorme “hormiguero” , ese hormiguero que luego efectivamente sería puesto en ejecución por la ideología obtusa y despiadada de Lenin y Stalin.
En la última publicación –Los tres diálogos y el relato del Anticristo, obra terminada el domingo de Pascua de 1900- es impresionante advertir la claridad con que Soloviev prevé cómo el siglo XX será “la época de las últimas grandes guerras, las discordias intestinas y las revoluciones” , después de lo cual –dice- todo estará preparado para que pierda significado “la vieja estructura de naciones separadas y prácticamente desaparezcan en todas partes los últimos restos de las antiguas instituciones monárquicas” . Se llegará así a la “Unión de los Estados Unidos de Europa”. Es sobre todo asombrosa la perspicacia con que describe la gran crisis que afectará al cristianismo en las últimas décadas del siglo XX.
Soloviev representa esta crisis en el icono del Anticristo, personaje fascinante que logrará en cierta medida influir en todos y condicionarlos. En la forma en que aquí se presenta, no es difícil reconocer en el mismo el emblema, que es casi una hipostatización, de la religiosidad confusa y ambigua de estos años nuestros. Él será –dice Soloviev- un “convencido espiritualista”, un admirable filántropo, un pacifista comprometido y diligente, un vegetariano observante, un animalista determinado y activo.
Será, entre otras cosas, también un experto exégeta: su cultura bíblica le propiciará ciertamente un doctorado “honoris causa” de la facultad de Tubinga. Demostrará sobre todo ser un excelente ecumenista, capaz de dialogar “con palabras llenas de dulzura, sabiduría y elocuencia” .
En su enfrentamiento con Cristo, no tendrá “una hostilidad de principios” ; por el contrario, apreciará la muy elevada enseñanza. Sin embargo, no podrá soportar su absoluta “unicidad” , y por lo mismo la censurará, y por consiguiente no se resignará a admitir y proclamar que ha resucitado y hoy está vivo.
Como vemos, aquí se traza y se critica un cristianismo de los “valores”, de las “aperturas” y del “diálogo”, donde al parecer queda poco espacio para la persona del Hijo de Dios crucificado por nosotros y resucitado y para el hecho de la salvación. Tenemos material para reflexionar. La militancia en la fe reducida a acción humanitaria y genéricamente cultural; el mensaje evangélico identificado en el enfrentamiento irénico con todas las filosofías y todas las religiones; la Iglesia de Dios trocada por una organización de promoción social: ¿estamos seguros de que Soloviev no previó realmente lo que efectivamente sucedió y que ésta no es precisamente hoy día la insidia más peligrosa para la “nación santa” redimida por la sangre de Cristo? Es una pregunta inquietante y no debería eludirse.
UN MAGISTERIO DESATENDIDO
Soloviev comprendió más que nadie el siglo XX, pero el siglo XX no lo comprendió a él.
No se trata de que haya carecido de reconocimiento. No se le niega comúnmente la calificación de filósofo ruso máximo. Para Von Balthasar, su pensamiento es “la creación especulativa más universal de la época moderna” , y llega incluso a ubicarlo en un mismo plano con Tomás de Aquino. En todo caso, es innegable que el siglo XX en general no le ha prestado atención alguna y por el contrario se ha movido tercamente en un sentido opuesto al indicado por él. Las actitudes mentales predominantes en la actualidad están sumamente alejadas de la visión solovieviana de la realidad, incluso en muchos cristianos comprometidos con la Iglesia y culturalmente ligados con la misma. Entre otras cosas, podemos citar a modo de ejemplos:
- el individualismo egoísta, que señala cada vez más por sí mismo la evolución de nuestras costumbres y nuestras leyes;
- el subjetivismo moral, que induce a considerar lícito y hasta loable asumir en el ámbito legislativo y político posiciones diferenciadas de la norma de comportamiento a la cual personalmente uno se atiene;
- el pacifismo y la no violencia, de matriz tolstoyana, confundidos con los ideales evangélicos de paz y fraternidad, de tal manera que luego se termina cediendo ante la prepotencia y se deja sin defensa a los débiles y a los honestos;
- el extrinsecismo teológico, que por temor de ser tachado de integrismo, olvida la unidad del plano divino, renuncia a irradiar la verdad divina en todos los campos y abandona toda tentativa de coherencia cristiana.
De manera especial, el siglo XX, en sus trayectos y en sus resultados sociales, políticos y culturales, ha estado en ruidosa contradicción con la gran construcción moral de Soloviev. Él había identificado los postulados éticos fundamentales en una triple experiencia primordial, presente de modo innato en todo ser humano, vale decir, en el pudor, en la compasión por los demás y en el sentimiento religioso.
Ahora bien, el siglo XX, tras una revolución sexual egoísta y carente de sabiduría, ha llegado a tales niveles de permisivismo, ostentación en la vulgaridad y público impudor que al parecer no tiene parangón adecuado en la experiencia humana anterior. Por otra parte, ha sido el siglo más opresivo y sangriento de la historia, carente de respeto por la vida humana y desprovisto de misericordia. Ciertamente, no podemos olvidar el exterminio de los hebreos, que jamás será suficientemente execrado; pero conviene recordar que no fue el único: nadie recuerda el genocidio de los armenios durante la Primera Guerra Mundial; nadie se arriesga a contar las víctimas sacrificadas inútilmente en diversos lugares del mundo en aras de la utopía comunista. En cuanto al sentimiento religioso, durante el siglo XX se propuso e impuso por primera vez en el Oriente el ateísmo de Estado a una gran parte de la humanidad, mientras en el Occidente secularizado se propagó un ateísmo hedonista y libertario hasta llegar a la idea grotesca de la “muerte de Dios”.
En suma, Soloviev fue indudablemente un profeta y un maestro, pero un maestro, por así decir, carente de actualidad. Y ahí reside, paradójicamente, su grandeza y su precioso valor para nuestra época. Apasionado defensor del hombre y reacio a toda filantropía; apóstol infatigable de la paz y adversario del pacifismo; promotor de la unidad entre los cristianos y crítico de todo irenismo; enamorado de la naturaleza y sumamente alejado de las modernas infatuaciones ecológicas; en una palabra, amigo de la verdad y enemigo de la ideología. Precisamente de guías como él tenemos hoy una necesidad extrema. 

V. Soloviev, Dostoievski, Milán, 1981, pp. 65-66.
V. Soloviev, I tre dialoghi e il racconto dell’ Anticristo, Turín, 1975, p. 184.
Ibid., p. 188.
Ibid., p. 211.
Ibid., p. 190.
Ibidem.
H. U. von Balthasar, Gloria, Milán, 1971, III, p. 263.